Sábado 12 de Febrero de 2011.
Miriam Selene Lizárraga Reyes
INSTITUTO DE CRECIMIENTO Y REACTIVACIÓN DEL SER
miselire@hotmail.com
En una de las sesiones del Doctorado que realicé los sábados, decidimos que era necesario compartir con la comunidad en general, parte de mis trabajos de investigación, en donde plasmo acerca de la compleja situación que vivimos hoy en día en la interrelación social, afectiva, profesional de la naturaleza humana, pero sobre todo en lo relativo al proceso denominado como Amor.
Me preguntaba cómo intentar definirlo, cómo ejemplificarlo en los hechos cotidianos; y me di cuenta que solamente a través de mi interior hacia fuera de lo vivido intensamente y de la perfección de las cosas que relacionan lo cotidiano con lo espiritual, podría ser mucho más sencillo llegar a los demás y comunicarme con ellos mediante la palabra escrita. Entonces se convirtió en el artículo que les entrego en esta ocasión.
Me percato de que todo lo que hay en el universo está en mi interior. Con esta reflexión quiero iniciar este reencuentro de mi experiencia en Desarrollo Humano. Necesito sentirme amada y digna de amor, cuando me digo a mi misma: “soy completamente feliz”, “soy completamente digna de amor”… sin detectarme defectos, puedo contactar con mi sabiduría organísmica en una conexión con el todo; incluyendo al universo mayor. Afirmo que fui creada para ser completamente plena, realizada al unir mente, cuerpo y espíritu; dándome cuenta que el amor puede curarme, renovarme, protegerme, inspirarme con su poder, acercarme a Dios.
La única base duradera para el amor es la experiencia directa del espíritu. Cuando me percibo como tal soy amor. Me doy cuenta que cuando amor y espíritu se unen, su poder conjunto puede lograr cualquier cosa. Entonces el amor es espíritu, el espíritu es el yo; lo que me hace realmente atractiva no es disfrazar mis puntos débiles, sino aceptarlos. Cuando se me brinda un gesto de amor es como si se me ofreciera una porción de Dios, siendo mortal.
En la sociedad contemporánea vivimos con un ritmo acelerado en todas nuestras acciones: me levanto temprano, hago el desayuno, despido a mi esposo, saco a pasear a mi mascota, llevo a mis hijos a sus escuelas, me dispongo hacer mi trabajo de tesis y reflexiono a solas. ¿En cuántos de esos hechos llevo implícito el hecho amoroso?, ¿dije una palabra de aliento a mis hijos?, ¿acaricié a mi mascota?, ¿agradecí a Dios por un nuevo día con excelente salud?, me respondo que tal vez olvido en alguno de los hechos, convertirlo en propuesta amorosa y en cambio solamente sigo la rutina.
Porque en esta época de avanzada tecnología y descubrimientos científicos el amor pareciera dejarse olvidado en el patio, o para un momento de recordatorio comercial en días como el de San Valentín, en épocas de fraterno calor humano o bien en festividades tradicionales que unen a las familias.
Me doy cuenta que el amor trasciende épocas, estilos, distancias, y que necesitaríamos como una forma de contacto con nuestro ser interior, volver a mirarnos hacia dentro, dialogar con nosotros mismos en silencio y con los seres que mas amamos. Bastaría tan sólo decirles: estoy contigo, te quiero mucho, cuenta conmigo siempre, que para algunas personas son frases trilladas, lugares comunes o expresiones de cursilerías para las mayorías; pero en aquellos que son nuestros seres más cercanos como mi esposo, mis hijos, mi madre, mis hermanos, mis amigos… el afecto, el amor, debe de decirse, no callarse y además en cualquier momento, sin esperar una fecha de cumpleaños de un ser querido, expresarles cuánto se les ama, y eso debiera ser intemporal.
De igual manera, debido al vinculo que me fue enseñado siendo niña, de mi cercanía con un ser supremo -de un Dios arquitecto del universo-, en la búsqueda de consolidar un futuro, de edificar una vida y de dar mayores elementos para lograr mi proyecto de vida, requiero la espiritualidad necesaria y solamente en momentos cruciales, recuerdo elevar plegarias y dar gracias al creador, o bien solicitarle ayuda divina. Aun sin unir vida y espíritu, hay que recuperar su fusión, no solamente estar bien en estabilidad orgánica o profesional, sino también alimentar cuerpo, mente y espíritu, en mí y en los seres que me rodean.
Cuando logro contactar con mi ser interior, es cuando me doy cuenta de que soy autentica, y congruente en mi actuar con los demás y soy generosa en la recompensa de vida con el binomio “ganar – ganar”. Obtengo beneficios sin lograrlo a costa del dolor ajeno, sino al contrario, me realizo como persona y multiplico en los demás sus logros, cualesquiera que estos sean. Así me pongo retos siempre, con la mira de forjarme metas cada vez más altas y después de haberlas idealizado, actúo, formándome un hábito que me dará una vida y construirá mi destino.
Ante la escalada de violencia que a partir de un tiempo para acá nos ha afectado a la sociedad en su conjunto, continúo preguntándome ¿cómo puedo contribuir para darle una respuesta a este fenómeno que no es otra cosa que una manifestación de desamor en todas sus variantes? Una posibilidad de disminuir su impacto negativo entre nosotros, es a través de una campaña multidisciplinaria de valores permanentes desde el núcleo familiar, escolar, empresarial, en todos los ámbitos de la sociedad, y que permanezca.
Finalmente deseo decirles a quienes integramos la sociedad en su conjunto, que hay un equipo solidario de apoyo a su situación actual de vulnerabilidad social, hay un lugar donde pueden acudir y brindarles herramientas para acompañarlos en su proceso de vida y en su desarrollo armónico con valores. Aprovechando este espacio que me brinda este medio masivo de comunicación escrita, los invito a crecer cada día y reactivar su ser.